Sunday, February 1, 2009

About the things we must do, and the things we want to do… By: Kadriel Betsen

Two simple options easy to verbalize and to preach like the most absolute of all truths. But when it comes to face them, these two branches of the same tree can become demanding and prosecuting pointing fingers that scratch the skin of your common sense with justified and logic points of view.

Before we analyze these two concepts that seem to be rabid beasts fighting inside our heads, we should know that the two of them are born under the same emotion, Desire. How it comes that those thoughts that come from the same source can evoke such a terrible battle inside us? Maybe there is no other rabid beast than our desire and that’s the reason why these simple choices seem to stimulate an imposed “moral sensibility” that torments and obstructs our sense of judgement.

Desire is the "genesis" of all emotions, from the purest to the darkest ones. All motives and actions even when intended to serve others are nothing but the reminiscences of a self-indulging desire. Having in mind the notion that duality is the ruler of the opposed terms, we can have a complete and full understanding that “moral sensibility” fragments and divides all logic and sense in self-indulgence.

We’ve been taught that self-indulgence must be avoided. Let’s refer at it in a more familiar term, egoism.  If desire is the genesis of all emotions, egoism is the universe where this "genesis" takes place. We all have a selfish nature that is the key of surviving. Without it there would be no sense of competition, achievement or any sense of will at all.

We must recognize egoism, more than recognize it we must embrace it.  Accepting egoism as a major surviving impulse will give us a clear view about the real context of the “I must” and the “I want” that in the end are the variations of the same primal instinct.  

Manifiesto Irreverente, Por: Kadriel Betsen

Transgresor, incitador, incendiario, adepto a las pasiones, cínico, insensible, frívolo, calculador, ególatra e impetuoso. Adjetivos que a primera luz describen muy bien al individuo irreverente mas no hacen justicia o bien no exponen claramente su naturaleza.  Al contrario, si no profundizamos en el complejo mundo del irreverente podemos confundir muchas de sus cualidades, o peor aún pasar por alto algunas de sus más relevantes características.

El irreverente siempre será odiado públicamente y admirado en secreto, será juzgado  por ser dueño de sus actos y su criterio.  Pero no por esto el individuo irreverente se verá marginado o rechazado abiertamente, por el contrario su opinión siempre será escuchada y tomada en cuenta. Su criterio  pasa a ser la composta en boca del vulgo rumiante y masificado. Toda una “elite” de ganado prepotente y temeroso de su propia moral. Ganado que necesita rumiar la opinión del irreverente hasta desgastar sus molares porque en su condición inferior al vacuno no le es posible concebir sus propias ideas y experiencias. Necesitan masticar hasta que le sangren las encías por que es lo mas cercano que tendrán al sabor de la individualidad.

Provocador e incendiario su hablar, impredecible e incluso errático su proceder. No responde a un plan o a un propósito, el mero hecho de dar una causa a su haber no sería mas que concluir y la conclusión ante sus ojos no es mas que sinónimo de limitación. Esto no significa que el irreverente no responda a un orden, pero este orden no es derivado de ninguna ley, precepto, o mandamiento. Es mas bien basado en la contraparte del orden, hablando más propiamente; el caos.  

El caos es la fuerza y el movimiento constante que en su loca y arrebatadora danza da vida a nuevas posibilidades y a poderosos choques entre aparentes opuestos que terminan fusionados en un nuevo orden que no sería posible sin el caos.

Habiendo dicho esto podemos entender que el caos es la chispa que revolotea y atormenta la mente del irreverente, motivándolo a  una vida cinética e intranquila.  Nada le brindará completa satisfacción, placer o paz. Su necesidad de búsqueda es el aire que llena sus pulmones. No habrá en el otra constancia mas que el vacío a ser llenado.

Ciertamente el camino del irreverente puede resultar poco prometedor en términos de respuestas y verdades, pero  no debemos olvidar que no existe esa palabra o esa afirmación que calmará sus instintos y saciará su sed de vivencias. Si existiera esta palabra o afirmación la irreverencia que da vida a su individualidad afloraría inmediatamente a transgredir la mas absoluta de las leyes, a profanar el mas sagrado mandamiento, a blasfemar contra el mas poderoso de los dioses.

Quizá palabras como transgredir y profanar parezcan no tener mucha relevancia en relación a un ser que ante los ojos del vulgo no tiene límites morales, devoción o respeto por cosa alguna. Nada mas lejos de la realidad. El irreverente no está exento de sentir o experimentar contradicciones éticas y morales dentro de el. No podemos olvidar que todos salimos del mismo ganado condicionado y sometido.

Para decir mas es necesario que exista este condicionamiento, si este adoctrinamiento no existirían las inquietudes ni las preguntas dentro del individuo irreverente. Es necesario que este haya pasado por el yugo del acondicionamiento para que existan sentimientos como la culpa, que de primera intención parece ajena a la naturaleza irreverente.

La culpa no es otra cosa que  el acelerante que da sentido a la transgresión. Sin la culpa no hay transgresión y por ende al transgredir solo seríamos esclavos de una serie de instintos burdos e irracionales, en fin, la culpa es el nervio que da sensibilidad a la vida, es la evidencia del triunfo de la razón y la voluntad sobre lo impuesto y lo aprendido.

Esto no significa que la culpabilidad sea una de las características del irreverente. En su vida no hay nada mas desechable que la culpa. La culpa necesita ser desechada para que la transgresión no pase a ser mas que una simple costumbre. Al sentirse ahogado en el sedentarismo de la costumbre el irreverente buscará nuevos conceptos que debatir, nuevos límites morales que superar.

El irreverente saborea el triunfo pero no el recuerdo. No mide en términos de consecuencias, sino  de vivencias y experiencias. Es el alquimista ególatra cuyo laboratorio es la vida y sus agentes reactivos son sus emociones, variables, inestables, explosivas.